7.8.10

"La letra ´a´ en el discurso no garantiza igualdad de género"

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La oratoria feminista es maquillaje, es sólo una operación lingüística, afirma la cientista social

Miércoles 28 de julio de 2010 Josefina Licitra Para LA NACION

Argentinos y argentinas. Todos y todas. Presidentes y presidentas. Con la llegada de Cristina Kirchner al poder, sus discursos hicieron de la letra "a" una suerte de herramienta de batalla por la igualdad de género.

Sin embargo, la doctora en Ciencias Sociales Adriana Amado, que años atrás publicó un libro sobre el lugar que tienen las mujeres en los medios de comunicación -llamado La mujer del medio -, entiende que ésta es sólo una operación lingüística. Un ardid de maquillaje que sigue sosteniendo, por debajo, la exclusión social.

"El discurso feminista por sí solo no cambia la realidad -advierte Amado-. Podés decretar que a partir de ahora todas las palabras van a tener su correspondiente terminación en "a", y no por eso las mujeres vamos a ganar los espacios laborales que nos están debiendo desde hace un montón de tiempo, o vamos a abandonar los trabajos precarizados que son mayoría para las mujeres. Es decir, hay condiciones estructurales que necesitan políticas públicas de profundidad y no soluciones cosméticas."

Amado es licenciada en Letras y doctora en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Además, lleva publicados cinco libros en los que analiza, de modos diversos, los discursos públicos y mediáticos. "Es cierto que un cambio en el discurso puede generar cambios en el afuera, pero esto no sucede de modo automático -opina-. El solo hecho de no admitir el neutro y empezar a marcar la «a» en cualquier parte no garantiza nada. Me sorprenden estas cosas: parece que la rebeldía contra el idioma es una avanzada, cuando la verdad no está en los discursos, sino exactamente fuera de ellos."

-En general, buena parte de las luchas, y no sólo las que hacen a la reivindicación del género femenino, hoy parecen librarse en el terreno del lenguaje.

-En la universidad hace rato que venimos discutiendo eso. Si fuera por el análisis crítico del discurso, esto tendría que ser Suecia. Y, en consecuencia, ya debería haberse equiparado la situación de la mujer con la del hombre. Porque es cierto que ha habido investigaciones de género, hay muy buenas publicaciones dedicadas al tema, se han hecho denuncias y hemos escrito en los diarios. Pero no se generó conciencia. Pasan los años y las condiciones se cambian de manera tan lenta que sospecho que con el discurso no alcanza.

-¿Puede ser que el discurso sea funcional a esta idea de no hacer operaciones concretas?

-Tiene mucho que ver con eso también. Tengamos en cuenta quiénes son hoy los que hablan en el espacio público: generalmente son los grupos de poder. La diversidad que compone la sociedad no aparece reflejada en el discurso de los medios. Y esa lógica también se traslada al género femenino.

-¿Quiénes son los grupos de poder que se pronuncian sobre las mujeres?

-Fundamentalmente son los gobiernos y las empresas, que son los protagonistas excluyentes de las noticias y a su vez tienen la posibilidad de aparecer en los espacios publicitarios que compran. Hoy, a las mujeres les habla quien les vende detergentes y desodorantes, y esas entidades difunden su concepción del rol femenino, que está íntimamente ligado al rol del jabón en polvo. En definitiva, la mujer en calidad de sujeto contemporáneo no es interpelada.

-¿No cree que hubo cambios en el rol de la mujer en los últimos años?

-Por supuesto que sí. Hay una inmensa cantidad de hogares y de puestos laborales de alta responsabilidad a cargo de mujeres. Pero esos roles se ejercen de facto. Sigue faltando un reconocimiento social, no mediático. Y el reconocimiento social viene por cargos acordes, sueldos acordes y trabajos menos precarizados o al menos tan precarizados como los del hombre.

-¿Las mujeres no son responsables también por la falta de un cambio en esas prácticas?

-Claro que sí son responsables. Si muchas de las mujeres hubiéramos podido organizarnos y manifestar nuestro descontento con las publicidades ofensivas, seguramente estos señores las estarían cambiando. Así como estamos aprendiendo a reclamar porque el teléfono celular funciona mal, tenemos que aprender a reclamar a los medios y anunciantes que lo que estamos viendo no nos gusta. Hay que ejercer algún tipo de control.

-Es decir que una reacción, aunque más no sea individual, puede tener efectos sociales.

-Sí. Pero esa reacción en general no existe. Parte del deterioro cultural también tiene que ver con que la sociedad, aun estando en condiciones de tomar la palabra, no se anima a hacerlo. La visibilidad en el espacio público sólo aparece en situaciones de crisis. Por fuera de esas instancias, la palabra sigue siendo privilegio de los mismos grupos de poder.

ADRIANA AMADO Doctora en Ciencias Sociales

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