17.11.08

Atrevimiento de Fe - Un devocional de nuestro Director Regional

“Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé a luz varón, será inmunda siete días… Mas ella permanecerá treinta y tres días purificándose… ninguna cosa santa tocará, ni vendrá al santuario, hasta cuando sean cumplidos los días de su purificación” (Levítico 12:2, 4)… “Y mientras iba, la multitud le oprimía. Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lucas 8:43-47). Hoy oro para que cualquiera que sea nuestra necesidad nos acerquemos a Jesús, lo toquemos y veamos los resultados de nuestro atrevimiento de fe. Uno de los problemas de la antigüedad era el tener en segundo plano a las mujeres. Ellas eran tratadas como personas de segunda categoría: “Y si diere a luz hija, será inmunda dos semanas, conforme a su separación, y sesenta y seis días estará purificándose de su sangre” (Levítico 12:5). Hoy en Jesús todos somos iguales. Todos tenemos acceso a Él. Él recibe a todos los que se atreven a ir a Él buscándolo y llevándole sus necesidades: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Todos en un punto o en otro de nuestra vida pasamos por tiempos de situaciones desesperadas. Llegamos a callejones sin salida. Empezamos a perder la esperanza: “Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (Lucas 8:43). Hay sólo una solución. Ser atrevidos e ir y tocar a Jesús y a través de Él y en Él, tocar a Dios. Él oirá el grito de nuestro corazón e inmediatamente responderá: “Pero una mujer que padecía de flujo de sangre . . .se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre” (Lucas 8:43, 44). “Como había tanta gente, Jesús les pidió a sus discípulos que prepararan una barca, para que la gente no lo apretujara. Aunque Jesús había sanado a muchos, todavía quedaba una gran cantidad de enfermos que lo rodeaba y que quería tocarlo para quedar sanos” (Marcos 3:9-10, La Biblia en Lenguaje Sencillo). “y los que habían sido atormentados de espíritus inmundos eran sanados” (Lucas 6:18). “Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados” (Hechos 5:16). “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:19-22). “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). Jesús no sólo quiere sanarnos, contestar a nuestras necesidades. Él quiere conocernos y tener una relación personal con nosotros. “Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí” (Lucas 8:45-46). “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Lo mínimo que podemos hacer es presentarnos, adorarle (postrarnos ante Él), hablarle, y conocerlo, y contarle a otro lo que Él ha hecho: “Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada” (Lucas 8:47). “Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz” (Lucas 17:15) “El hombre se fue, y dio aviso a los judíos, que Jesús era el que le había sanado” (Juan 5:15). Hoy escuchemos las palabras de esperanza de Jesús, ¡y creámoslas! “Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lucas 8:48). Bendiciones, Christian Sarmiento

No hay comentarios: