Lucas 24:13-35 v).14, 15,17 “E iban hablando entre si de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos…
Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis y por qué estáis tristes?”
Los discípulos que salieron de Jerusalén hacia el poblado de Emaùs, iban hablando y discutiendo sobre los sucesos que habían ocurrido en las últimas horas.
Así también nosotros iniciamos nuestro día con la mente llena de pensamientos sobre muchísimas cosas: las tareas que tenemos por delante, las noticias más recientes que provocan alarma, cierto temor por el resultado de esos exámenes médicos, la preocupación por esa decisión que tenemos que tomar o la rabia triste que acompaña la angustia de otra jornada, con la certeza de que nada podemos hacer para cambiar nuestras circunstancias.
Entonces, cuando andamos como si huyéramos de lo que aparenta ser una desolada realidad, es que sale a nuestro encuentro Jesús. El Salvador se nos acerca suavemente, preguntándonos sobre esos lúgubres razonamientos que ensombrecen nuestra alma, y marcha con nosotros ese día paso a paso. Pero no nos percatamos de que es el mismo Dios, descendiendo a la estatura de nuestra finita humanidad, interesado por nuestra persona y brindándonos la salida a nuestro desaliento. No lo reconocemos, somos ciegos a su amorosa persona, solo vemos a alguien que por su ignorancia es necesario darle información actualizada y tratamos de ponerlo al día. De este modo, mientras continuamos caminando, le contamos como nuestro mundo está en caos, que la suerte nos es adversa, que la fortuna dejó de sonreírnos, que la desgracia acompaña a la tragedia en la tierra y que lo que dábamos como algo verídico e irrefutable, ha pasado a ser solamente una utopía. Mas Jesús con su profunda paciencia, comienza a explicarnos, nos ilustra con demostraciones lo que antes ya hemos escuchado. Y solamente cuando deseamos que permanezca más tiempo junto a nosotros, únicamente cuando sus acciones delatan su personalidad; es que distinguimos su identidad: súbitamente discernimos, que aquel de quien hemos escuchado de oídas, estuvo con nosotros para mostrarnos el camino de la esperanza.
Jesús padeció humillaciones y dolores, agonizó clavado en un madero por nuestros pecados, muriendo de forma atroz por crucifixión en lugar nuestro. Se hizo maldición por el gozo de ver a cada uno de nosotros convertidos en hijos de Dios; esa fue la apremiante obligación que lo aseguró a los clavos que atravesaron su carne (Hb. 12:2).Y es su padecimiento quien lo capacita, no solo para compadecerse de nuestras aflicciones, sino para entendernos, para acompañarnos en nuestra difícil travesía, unas veces delante para guiarnos y otras caminando a nuestro lado, paso a pasito. Llevándonos en sus brazos, cuando estamos desmayados por la debilidad, tomándonos de la mano para ascender otro peldaño en la historia de nuestra vida. Porque su mayor anhelo es que así como él venció a la muerte, resucitando al tercer día, tú también resucites a una vida nueva, al renacer de la esperanza de la vida eterna.
En este día cobra ánimo: Jesús vive, y el mismo Dios se acerca para caminar cada segundo de tu vida contigo. ¡Recíbelo!
Lic. Ligdana Carrero S. de Charlinl
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